Esta web utiliza cookies propias y de terceros para recopilar información que ayuda a optimizar la visita, aunque en ningún caso se utilizan para recoger información de carácter personal.

Más información

Arte Cofrade

Buscar
Arte Cofrade

Arte Cofrade

IMAGINERÍA

La escultura imaginera española emerge como un elemento distintivo en el extenso paisaje del arte barroco, destacando por su notorio realismo y la abundancia de representaciones de temáticas religiosas. En la primera parte del Barroco, la imaginería dependerá en gran medida de la influencia de Granada, con Pedro de Mena a la cabeza. Sin embargo, también contribuirán con sus obras destacadas figuras como el círculo de los Mora, Jerónimo Gómez, y el talentoso antequerano Antonio del Castillo.

Se atribuye a Pedro de Mena la creación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, desaparecido tras los lamentables acontecimientos de mayo de 1931. Aunque la talla actual de la Virgen de la Esperanza exhibe las marcas de las vicisitudes sufridas, aún mantiene vínculos con los recursos y grafismos característicos de Mena.

En el siglo XVIII brotará una serie de escultores del círculo malagueño que beberán del influjo granadino. La familia Asensio de la Cerda, muy prolífica, acaba definiendo el modelo de ‘dolorosa malagueña’, de gesto intimista y generalmente destinada al culto doméstico. Es el modelo que representan las vírgenes de los Dolores del Puente, Dolores de San Juan o Dolores de la Expiración. Pero, ante todo, es imperativo resaltar la figura del excepcional Fernando Ortiz, quien ostenta el título de uno de los escultores más destacados de España y Andalucía, reconocido por la excelencia de su obra y su intachable trayectoria.

En contraste con las expresiones de Mena, el arte de Ortiz exhibe formas de inspiración italiana, con menor recogimiento en la composición y una mayor vivacidad en los rostros. Entre las obras maestras de este ilustre malagueño se encuentran el Cristo del Amor, Jesús Orando en el Huerto y la conmovedora Virgen de Servitas.

En el transcurso del siglo XIX, resplandece la prominente saga de los Gutiérrez de León, una firma que se distinguió notablemente por su maestría en el modelado de barros y la representación de temas costumbristas. No obstante, trabajaron también la imaginería y prueba de ello es la conmovedora y venerada Virgen de la Amargura, de la hermandad de Zamarrilla.

Arte cofrade 2

El siglo XX llevará consigo el peso de la pérdida patrimonial a raíz de los trágicos asaltos a los templos en 1931 y 1936, y, con ello, surgen nuevos artífices granadinos y malagueño, en cuyas hábiles y apasionadas manos recae la ardua tarea de reconstrucción del patrimonio perdido. Dos nombres cobran singular interés: José Navas-Parejo, que recreará con fidelidad iconos, como Jesús ‘El Rico’ o Jesús de la Misericordia; y Francisco Palma Burgos, que asumirá los encargos de su fallecido padre, Francisco Palma García, aportando un lenguaje propio moderno y sugerente, además de recuperar obras maestras de Palma García como la Piedad y lograr recrear con destreza -sin llegar a copiar- el emblemático Cristo de Mena.

A estas aportaciones hay que sumar tres imágenes de primer nivel que llegan procedentes del Levante español: dos obras de Mariano Benlliure (el Nazareno del Paso y el Cristo de la Expiración) y el Cristo Resucitado, de José Capuz, encargado por la propia Agrupación de Cofradías.

Será a partir de los años sesenta (aunque hubo casos anteriores como el de Antonio Castillo Lastrucci) cuando la escuela imaginera sevillana copará los nuevos encargos de hermandades, coincidiendo con los aires de renovación de una Semana Santa inmersa en seria crisis. Es el momento de nombres como Antonio Eslava, Francisco Buiza, Luis Ortega Bru, Álvarez Duarte, Antonio Dubé de Luque, Juan Manuel Miñarro o Navarro Arteaga, entre otros, que a lo largo de las décadas han venido aportado imágenes de fuerte carisma, acusada personalidad o atractivas dolorosas castizas, según cada caso.

Sólo llegando el siglo XXI han vuelto a emerger nombres de relevancia en el círculo malagueño, con Suso de Marcos a la cabeza y otros como Juan Manuel García Palomo, Israel Cornejo, José María Ruiz Montes o Juan Vega, que garantiza la pervivencia de un oficio de siglos.

LOS TRONOS

El siglo XX marca el cambio en el concepto de los tronos procesionales. Hasta entonces, eran nota común las pequeñas y modestas andas a modo de parihuelas en donde se situaba la imagen titular. Es verdad que en el siglo XVIII se documentan algunas andas de plata de cierta riqueza, aunque son casos aislados. Es a finales de la centuria decimonónica cuando se establecen unos tronos por lo general sencillos, rectilíneos y con detalles historicistas.

La figura en los años veinte del tallista granadino Luis de Vicente representará una relectura de los conceptos de volúmenes en los tronos malagueños, que encuentran su principal reflejo en los trabajos realizados en las archicofradías de la Esperanza y la Sangre. Su primer gran encargo lo consiguió gracias a ganar un concurso a nivel nacional para Ella. Dicho trono fue también su primera obra para Málaga y también la primera de la ciudad con una estética puramente barroca.

Lo que pareciera que se consolidaría como trono malagueño se ve bruscamente quebrado por la irrupción de los sucesos de 1931 y 1936, en los cuales fueron destruidas todas sus obras excepto el retablo que porta a la Esperanza cada Jueves Santo.

Arte cofrade-Nazareno del paso

En las últimas décadas del siglo XX, se sustituirán especialmente por obras en orfebrería, principalmente de los sevillanos Talleres Villarreal, como el trono de María Stma. de la Trinidad Coronada. Al comienzo del siglo XXI, el interés por recrear las líneas de los tronos perdidos y surgen ejemplares brillantes, tales como el de la soberana Virgen de la Soledad de Mena o de Jesús 'El Rico'

Por otra parte, los aires de renovación a partir de los años sesenta, en los que cobra influencia y protagonismo la estética de las cofradías sevillanas. Este cambio ha generado un cambio común entre las cofradías de reciente creación y las que han decidido actualizar sus tradiciones: la búsqueda de dimensiones que permitan la entrada en la Catedral o la salida del templo, así como la confección de tronos de orfebrería para las imágenes de la Virgen y los conocidos tronos 'de bombo', elaborados en madera tallada y habitualmente dorada, especialmente destinados a las representaciones de Cristo. La cofradía de las Penas exhibe ejemplos destacados de estos modelos.

Aunque estos modelos han ganado popularidad, también han surgido propuestas singulares que merecen reconocimiento, como los tronos del Cristo de la Expiración y del Santo Sepulcro. Recientemente, se ha conformado una trilogía con la inclusión del trono del Cristo de la Redención, completando así una colección de alta relevancia en la tradición cofrade malagueña.

EL ARTE DEL BORDADO

Las túnicas que visten las imágenes de Cristo, así como las sayas, mantos y tocas que adornan a las imágenes de la Virgen, desfilan majestuosamente bajo palios con techos y bambalinas bordadas, entre otros enseres como guiones, estandartes o paños de bocina. Estos espacios son el lienzo donde el arte del bordado, ancestral y artesanal, despliega toda su belleza.

Numerosos talleres especializados mantienen viva esta tradición, gracias al apoyo de las hermandades que se esfuerzan por mejorar y renovar su patrimonio histórico-artístico. Este arte, que durante gran parte del siglo XX fue dominio de los conventos de monjas, ha vuelto a ser liderado por talleres profesionales, recuperando así la hegemonía que ya ostentaban en los siglos XVII y XVIII.

Arte cofrade 3

El bordado es una técnica de gran complejidad y paciencia. Por lo general, los hilos de oro se disponen sobre estructuras de telas y cartones, otorgándoles volumen y adoptando formas inspiradas en motivos vegetales, donde prevalece el estilo barroco.

Entre todos los elementos bordados que desfilan durante la Semana Santa, indudablemente los mantos de las imágenes de las dolorosas destacan como los más llamativos. Estas prendas, que en Málaga pueden alcanzar más de ocho metros de longitud, nos deslumbran con su despliegue de riqueza sobre terciopelos de diversos colores como negro, verde, rojo, azul o morado. Además, los palios, con sus diseños originales y cortes distintivos, contribuyen a identificar y otorgar personalidad a cada una de las cofradías, siendo cada palio único en su género.