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Arte Cofrade

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IMAGINERÍA

La explosión imaginera en el primer barroco generará una dependencia casi exclusiva de Granada, con Pedro de Mena a la cabeza, aunque también aportarán obras el círculo de los Mora, Jerónimo Gómez o el antequerano Antonio del Castillo. A Mena se le deberá el emblemático Cristo de la Buena Muerte, desaparecido en 1931 y, aunque con las huellas propias de los avatares sufridos, aún se relaciona con sus recursos y grafismos la actual talla de la Virgen de la Esperanza.

VIRGEN DE LA ESPEARANZA
ESPERANZA

En el siglo XVIII brotará una serie de escultores del círculo malagueño que beberán del influjo granadino. La familia Asensio de la Cerda, muy prolífica, acaba definiendo el modelo de ‘dolorosa malagueña’, de gesto intimista y generalmente destinada al culto doméstico. Es el modelo que representan las vírgenes de los Dolores del Puente, Dolores de San Juan o Dolores de la Expiración. Pero ante todo cabe subrayar al genial Fernando Ortiz, con obras maestras como el Cristo del Amor, Jesús Orando en el Huerto o la Virgen de Servitas.

VIRGEN DE SERVITAS
SERVITAS

El siglo XIX cuenta con la saga de los Gutiérrez de León, firma que destacó especialmente por el modelado de barros y temas costumbristas, aunque también trabajaron la imaginería, como la Virgen de la Amargura, de Zamarrilla.
El siglo XX se verá influido por la pérdida patrimonial de los asaltos a los templos de 1931 y 1936. Serán de nuevo artífices granadinos y malagueños los que reconstruirán lo perdido. Dos nombres cobran singular interés: José Navas-Parejo, que recreará con fidelidad iconos perdidos, como Jesús ‘El Rico’ o Jesús de la Misericordia; y Francisco Palma Burgos, que asumirá los encargos de su fallecido padre, Francisco Palma García, aportando un lenguaje propio moderno y sugerente, además de recuperar obras maestras de Palma García como la Piedad y lograr recrear con destreza -sin llegar a copiar- el emblemático Cristo de Mena.

CRISTO DE MENA
MENA

A estas aportaciones hay que sumar tres imágenes de primer nivel que llegan procedentes del Levante español: dos obras de Mariano Benlliure (el Nazareno del Paso y el Cristo de la Expiración) y el Cristo Resucitado, de José Capuz, encargado por la propia Agrupación de Cofradías.

Será a partir de los años sesenta (aunque hubo casos anteriores como el de Antonio Castillo Lastrucci) cuando la escuela imaginera sevillana copará los nuevos encargos de hermandades, coincidiendo con los aires de renovación de una Semana Santa inmersa en seria crisis. Es el momento de nombres como Antonio Eslava, Francisco Buiza, Luis Ortega Bru, Álvarez Duarte, Antonio Dubé de Luque, Juan Manuel Miñarro o Navarro Arteaga, entre otros, que a lo largo de las décadas han venido aportado imágenes de fuerte carisma, acusada personalidad o atractivas dolorosas castizas, según cada caso.

Sólo llegando el siglo XXI han vuelto a emerger nombres de relevancia en el círculo malagueño, con Suso de Marcos a la cabeza y otros como Juan Manuel García Palomo, Israel Cornejo, José María Ruiz Montes o Juan Vega, que garantiza la pervivencia de un oficio de siglos.

LOS TRONOS

El siglo XX marca el cambio en el concepto de los tronos procesionales. Hasta entonces, eran nota común las pequeñas y modestas andas a modo de parihuelas en donde se situaba la imagen titular. Es verdad que en el siglo XVIII se documentan algunas andas de plata de cierta riqueza, aunque son casos aislados. Es a finales de la centuria decimonónica cuando se establecen unos tronos por lo general sencillos, rectilíneos y con detalles historicistas.

La figura en los años veinte del tallista granadino Luis de Vicente representará una relectura de los conceptos de volúmenes en los tronos malagueños, que encuentran su principal reflejo en los trabajos realizados en las archicofradías de la Esperanza y la Sangre.

Lo que pareciera que se consolidaría como trono malagueño se ve bruscamente quebrado por la irrupción de los sucesos de 1931 y 1936.

En los años cuarenta, en medio de una etapa de provisionalidad, con tronos funcionales y sobrecargados de flores para paliar la ausencia de vistosidad, un decreto del obispo prohíbe la salida de las cofradías desde el interior de los templos. Esto pone en bandeja un cambio brusco en la concepción del trono procesional, especialmente en los de las vírgenes. Aquí cabe destacar a tallistas como Adrián Risueño, Nicolás Prados López o Pedro Pérez Hidalgo, que concebirán verdaderos retablos ambulantes de gran tamaño. Mención aparte merece la originalidad de Cristóbal Velasco, que aportará soluciones muy vistosas en la iluminación de las esquinas de sus tronos.

Hoy, salvo excepciones, están todos los originales en desuso. En las últimas décadas del siglo XX se sustituirán especialmente por obras en orfebrería, principalmente de los sevillanos Talleres Villarreal; pero entrado el siglo XXI comenzará a prevalecer el interés por recrear las líneas del trono que se sustituye, con ejemplos brillantes como el de la Virgen de la Soledad de Mena o el de Jesús ‘El Rico’. 

JESÚS 'EL RICO'
RICO

Por otra parte, los aires de renovación a partir de los años sesenta, en los que cobra influencia la estética cofrade sevillana, darán lugar a un patrón común en cofradías recién fundadas y la renovación de otras clásicas: buscar un tamaño que permita la entrada en la Catedral o la salida del templo y la realización de tronos de orfebrería para las imágenes de la Virgen y los llamados tronos ‘de bombo’, en madera tallada y por lo general dorada, en los casos de las imágenes de Cristo. La cofradía de las Penas presenta brillantes ejemplos de estos modelos.

Estos modelos han sido los generalizados, pero siempre han existido propuestas aisladas, notables en los casos de los tronos del Cristo de la Expiración y del Santo Sepulcro, y cuya trilogía se ha visto completada con el reciente trono del Cristo de la Redención.

CRISTO DE LA EXPIRACIÓN
EXPIRACIÓN
 

EL ARTE DEL BORDADO

Túnicas para las imágenes de Cristo; sayas, mantos y tocas para las imágenes de la Virgen, que también caminan bajo palios con los techos y las bambalinas -o caídas- bordados. Enseres como guiones, estandartes o paños de bocina… Estos son algunos de los espacios en donde un arte inmemorial y artesanal como el del bordado se expande en toda su belleza.

Numerosos talleres profesionales mantienen sus puestos de trabajo gracias al papel de las hermandades, que se esfuerzan en mejorar y renovar su patrimonio histórico artístico en una disciplina que durante buena parte del siglo XX coparon los conventos de monjas y que hoy los talleres profesionales recuperan la hegemonía que ya tenían en los siglos XVII y XVIII especialmente.
El bordado es una técnica muy compleja y paciente. Por norma general, el hilo de oro se disponen sobre unas estructuras en telas y cartones que les confieren volumen, adoptando formas generalmente inspiradas en motivos vegetales, y en donde el estilo barroco es el que predomina.

De todos los elementos bordados que se pasean en la Semana Santa, sin duda ninguna son los mantos de las dolorosas los elementos más llamativos: unas prendas que en Málaga pueden llegar a medir más de ocho metros de largo, y que nos sorprenden con un despliegue de riqueza sobre terciopelos negros, verdes, rojos, azules, morados… Arriba, los palios con sus originales diseños y cortes, nos ayudan a identificar y dar personalidad a cada una de las cofradías. No existen dos palios iguales.